Hubo una vez un hombre que retó a Dios a que le hablara. Dios: quema la zarza como lo hiciste para Moisés y te seguiré; derriba las murallas como lo hiciste para Josué y pelearé; calma las ondas como lo hiciste en Galilea y te oiré.
Así que el hombre se sentó junto a la zarza, cerca de una muralla, y a la orilla del
mar y esperó a que Dios le hablara.
Y Dios oyó al hombre, y le contestó.
Mandó fuego, no a una zarza, sino a una iglesia.
Derribó una muralla, no de ladrillos, sino de pecado.
Calmó una tempestad, no del mar, sino del alma.
Y Dios esperó a que el hombre respondiera.
Y esperó …
Y esperó …
Y esperó.
Pero debido a que el hombre miraba zarzas, no corazones; ladrillos y no vidas, mares y no almas, supuso que Dios no había hecho nada.
Finalmente, miró a Dios y preguntó: ¿Has perdido tu poder? Y Dios lo miró y le dijo: ¿Te has quedado sordo?
El trueno apacible. Max Lucado
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